lunes, 21 de febrero de 2011

Una ración de razón humana

Siempre lo queremos todo. Creemos que todo se puede dejar para mañana, que no importará si pasa un día más. Nos creemos tan eternos, tan terrenales, tan presentes que no creemos que las cosas puedan girar en una milésima de segundo hacia un cambio tan radical en nuestras vidas. Somos inconscientes, inmaduros y egoístas. Nunca sabemos realmente lo que queremos... hasta que duele. Pero lo cierto es que, como dijo Nietzsche, el ser humano solo aprende cuando se derrama sangre. El dolor es la única manera de que permanezca en la memoria.

Hasta que no te das cuenta de que el mañana no existe, hasta ese justo momento, nos somos capaces de apreciar, de valorar realmente, de extrañar, de arrepentirnos. Cuando ya no hay vuelta atrás, cuando la vida ya no te deja ver el futuro que tenías planeado es cuando ves que has llegado tarde.

La vida, tristemente, no es eterna para todos. Hasta que no perdemos a alguien literalmente sin remedio, somos tan estúpidos de aplazar todo lo que deseamos hacer, de desperdiciar un maravilloso segundo. El tiempo pasa para todos, unos más rápidos, otros más lentos. Algunos no llegan nunca. 

Es verdaderamente triste que no nos demos cuenta de lo que tenemos delante, de lo que nos perdemos y luego anhelaremos, sin que haya sufrimiento de por medio.

Lo peor de todo es que a pesar de ello, muchos no aprenden con una sola experiencia hacia la perdición.

Carlota.B